si me dejaras ir contigo en la noche,
en la hora parda del metro, antes
de amanecer, si pudiera acoger,
contemplar todo hueso tu rostro, el gesto
de fiera que piensa y vive sola, si no
se removieran airadas las palabras,
si no sintiera el viento que azota los
árboles arriba; qué hice que no
recuerdo, qué hicieron, dónde
ocurre la vida y es libre y no
benigna, dónde con su herida
lo solo del animal
Vino, posó sus ojos, mil ojos,
en mí por un momento, luego
se fue, dejó dos de los suyos
en lugar de los míos, con ellos miro
varas de azucena florecidas, rosales,
viejos celindos olorosos, un moral,
Entantoquederrosayazucena llamamos
al jardín, acacia pianista de la brisa
Entre lo literal de lo que ve
y escucha, y otro lugar no evidente
abre su ojo la inquietud. Al lado,
mano pálida de quien convive
con la muerte, cráneo hirsuto. Atendemos
a la oquedad, máscaras que una boca
elabora; distanciada y carnal,
mueve el discurso, lo expande
y desordena, lo concentra, lo apacienta
o dispersa como el lobo a sus corderos.
El sonido de un gong. Es literal
la muerte y las palabras, las bromas
luego de hombres solos, broma y risa
literal. Todo sentido visible, todo
lo visible produce y niega su sentido.
Si respiras en la madrugada, si ves
cómo vuelven imágenes, contémplalas
venir, apaciéntalas, deja que estalle
la inquietud como corderos.