Y el jueves 21 de febrero a las 19. 30 horas estará en el II Ciclo de encuentros, «El autor y su voz», la poeta Rocío Hernández Triano con su poemario «Pisar Cieno», premiado con el XXXIV Premio de Poesía Ciudad de Badajoz. Con su lectura se siente el acusado dolor por la pérdida de los seres queridos, nos golpea un devastador sentimiento de orfandad, un prematuro conocimiento de la enfermedad y de la muerte.
Es la suya una poesía que bebe de la memoria y de las grietas/heridas que vamos acumulando a lo largo del vivir. Poemas construidos con retazos de memoria, con los gestos cotidianos que atraviesan los dias, los » recuerdos mellados». Memoria-y poemas- que enlazan los recuerdos personales con la historia de nuestro país. Poemas que elevan su canto a las mujeres de su familia, quienes han hilvanando durante décadas » cuerpos y botones» . Poemario intimista, confesional, incluso existencial en su enfrentamiento a la muerte, al miedo al vacío o a la nada.
Con un estilo ecléctico donde cabe la narración, la sugerencia lírica, el coloquialismo y la imagen genuina, lo mítico- asi su poema «La invasión de los bárbaros «, que bebe de la tradición literaria para encaminarse hacia otro modo de decir. Una poesia que a veces me recuerda (ay, cómo nos gusta rastrear influencias) a Francisca Aguirre y a Juana Castro, a quien cita en su inicio. Una poesia rotunda que llega como una flecha.
En este enlace podéis leer una reseña sobre el libro por el poeta y crítico literario Daniel García Florindo: https://aulapoematica.wordpress.com/2016/04/28/la-hija-del-limo/
GARABATOS
Sobre el libro más negro de Vallejo,
sobre un Trilce trillado
donde fue estilizado mi dolor como púas
allá por los noventa.
Mi dolor, que era chato,
romo como llanura de las ánimas muertas.
Allí, sobre ese libro negro,
en el vallejo verso más humano
y en las límpidas páginas iniciales,
Julia, con cinco años,
ha dibujado flores, calabazas,
monigotes de ácidos colores,
la sonrisa de un sol, fluorescentes insectos,
un zigzag que precede a la escritura.
Y al pie de algunas páginas
donde Vallejo aúlla
y se come la cal del calabozo,
Julia pinta su nombre
y una jota invertida
(una cóncava madre luminosa)
acuna la vocal como a un cachorro.
El poeta descansa
en la inicial tan breve de mi hija
y el dolor se nos vuelve soportable.
IN MEDIAS RES
Fui una niña con suerte
Mis padres se querían, yo era la hija única
de un sargento a caballo,
con magnum parabellum y R12
en un barrio parido por el tardofranquismo,
un Jordán de la urbe donde se bautizaban
las familias de pueblo,
la gente de arrabal y patios de vecinos.
.
Mi padre había heredado un encinar
de una tía soltera.
Mi madre se enjaezaba con las colchas morunas,
con la chinoiserie y el perro de lladró
que nos dejó la tata.
Comíamos yoplait, yo tenía tres barbies
y un cinexín y un cuarto para juegos,
cierta vaga conciencia
de ser algo más rica que otras niñas:
veraneo en la playa, vestido en la patrona,
no escatimar el duro en el quiosco.
Hija de funcionario, te llamaban,
y te sentías ungida por un óleo santísimo.
Y así crecí, entre ufana y culpable,
con los kilos de más que impone la alegría.
Siempre en tierra de nadie.
Hidalga sin blasón de los barrios obreros,
dulce pez resbaloso de las aguas salobres.
ENSAYO SOBRE TERRORES
Hay terrores enormes
que pesan como hierro en las entrañas:
las guerras nucleares, las iras del mercado,
siete mares temblando, el hombre que podría
con un simple chasquido borrar el universo,
la lírica homicida de ciertas religiones,
el cáncer invasivo, los leves dictadores,
los dictadores ciegos,
el bostezo de Dios sobre los bellos pueblos
tan pobres como cardos.
Y hay terrores pequeños
que pican como pulgas en el alma:
la lacra del insomnio, el gen de la locura,
los ganglios en el cuello de mi hija,
el silencio sin masa del otro ser que amamos,
los días laborables, los rituales vanos
o la ridiculez de nuestros ideales.
Hay terrores gigantes en problemas menudos.
Hay terrores purísimos,
como temer la nada.
MARÍA
con diez años, mi abuela trabajaba
de la siembra a la siega.
De los higos a brevas dormía sobre el pasto
en el lecho de agosto.
La caporala le cegó los pezones
cuando de la camisa le brotaron los pechos.
Apañaba altramuces,
desnudaba las nueces de su cáscara amarga
con sus dedos de niña.
Amaba los arroyos
donde lavó los paños de la primera sangre,
donde parió a mi padre
(la burra andaba torpe esa tarde de abril,
por más que la arrearon no se movió del sitio).
Cuando llegó la guerra
no maldijo el cuchillo,
abrió de par en par la puerta de su alcoba
e hizo de la iglesia economato.
Luego vinieron años de silencio,
décadas ciegas de un terror sin palabras,
la lluvia y el esparto.
Besó la tos ferina, el sabañón,
las chinches o la sarna
en la piel de lagarto de mi abuelo.
Cuando se hizo vieja
lo olvidó todo un poco.
Puso una gasa estéril a tanta desmesura
y solo pretendía que su difunto esposo
la cubriera de noche
para vencer el frío de la muerte.
Su corazón explotó una mañana.
Su pobre miocardio,
cansado de los años de jornal a mendrugo,
de noches de jergón y aceite de ricino
para espantar la gula
del cuerpo inmaculado de las niñas del hambre.
De ella no me quedan muchas cosas:
un baúl con polillas,
ciertas fotos pobladas de cadáveres,
la memoria ruinosa
de una patria partida y desconchada,
de una patria que devoró a sus hijos.
ROCÍO HERNÁNDEZ TRIANO. Obtuvo el Premio Extraordinario de Licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Es profesora de Lengua castellana y Literatura, y ha participado en la creación de libros de texto para esta materia como coautora. Ha publicado los libros de poesía Viento de cuchillos (Ediciones En Huida, Sevilla, 2010), Equilibristas (Ultramarina Cartonera & Digital, Sevilla, 2010) y Los seres quebradizos (Torremozas, Madrid, 2013) con el que obtuvo el XXX Premio de Poesía Carmen Conde. Pisar cieno, con el que ha logrado el XXXIV Premio de poesía Ciudad de Badajoz 2015.