
Nos quedaron temas pendientes en la anterior presentación de este poemario, Un hombre que no conoce Nueva York, y nos viene muy bien volver a reunirnos el próximo martes 15 de noviembre a las 19.00 horas en la Casa del Libro de Viapol . Entrada libre.
Quienes conocemos a Gregorio Dávila de Tena sabemos de su excelente trayectoria literaria, avalada por los premios concedidos: Alma de renacuajo, Premio de Poesía García de la Huerta 2017; Hebra de luz. Ejercicios sobre el Cántico, Premio de Poesía Pepa Cantarero 2018; Diputación de Jaén; Madre del agua. Por las huellas del Tao, XXII Premio de Poesía Eladio Cabañero 2019; Un temblor en las encinas. Biografía de una mirada, premiado en el I Memorial Ana del Valle, poesía, 2021; y con Un hombre que no conoce Nueva York ha obtenido el VIII Premio de Poesía Juana Castro.
Acta del Jurado (09/11/2021) respecto de este poemario:
El jurado ha destacado que el poemario “entrelaza lo conocido con el salto al más allá, y hace poesía y música de la naturaleza como de la propia biografía”. En el acta queda reflejado que la obra ganadora “evoca desde lo uno lo diverso y desde el yo la tradición poética universal, en una particular ensoñación que de la imagen de Nueva York nos transmitieron maestras y maestros. Poetas que van desde Federico García Lorca, José Hierro o Juan Ramón Jiménez hasta Neruda, Gamoneda, Li Po, Gloria Fuertes, Alejandra Pizarnik o la cantante Chavela Vargas. Es una creación hecha vida y recuerdo a la vez que poesía, carne y palabra”.
Juana Castro en la entrega del Premio (20/05/2022):
«El libro se compone de poemas extensos, tendidos, para rememorar una ciudad, Nueva York, sin haberla visitado. Un hombre que no conoce Nueva York es el sujeto poemático que escribe a la vez desde el yo y desde la tradición poética […] La evocación de Li Po, el gran poeta chino del siglo VIII, viene a ensanchar la herencia poética recibida, a la que podemos emular para cantar o acercarnos a esa mítica Nueva York.
Poesía torrencial, musical, de un autor que desde su madurez no deja de escribir ni de recibir premios […] Sorprende por su amplio conocimiento de la mejor poesía en lengua española citando o rememorando a poetas como el cordobés José Manuel Martín Portales, Julia Otxoa o Chantal Maillard, que son devociones que yo comparto. Sólo así, yendo a las mejores fuentes y trabajando se puede conseguir lo que el jurado dijo del libro de Gregorio Dávila: ‘es una creación hecha vida y recuerdo a la vez que poesía, carne y palabra’”.
Sara Castelar en el Prólogo:
«Un hombre que no conoce Nueva York es la forma poética en que Gregorio Dávila construye su ámbito para la identidad en un entorno que se mezcla entre la memoria, el mito, la urbanidad y el tiempo. Estamos frente a un libro escrito bajo la influencia de grandes textos que se hicieron eternos y que versan sobre una ciudad que representa todos los extremos emocionales posibles y que con el tiempo se ha convertido para la poesía y la literatura en un referente ineludible […]
El esfuerzo de honestidad que el poeta desarrolla es brutal, existe una necesidad de comunicación que rebase las fronteras de lo conocido y crear nuevos contextos en los que la amplitud del pensamiento poético tenga cabida, para ello recorre el laberinto de su propia obra, de su propia vida, y le da una vuelta de tuerca […]
Un hombre que no conoce Nueva York es un poemario en donde sucede lo bello y lo terrible, como diría Rilke, extremos necesarios para comprender la elección del contexto en el que Gregorio Dávila lo ubica, creando una conexión ciudad-naturaleza que propicia para la creación un espacio de redención».
Un hombre que no conoce Nueva York se inicia con tres citas, correspondientes a tres poemarios emblemáticos: Poeta en nueva York, de Federico García Lorca, Cuaderno de Nueva York, de José Hierro y Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez. Sus ecos atraviesan los poemas, sobre todo percibimos la estela de José Hierro, sin dejar de ser este libro genuino y personal. Los lectores podrán apreciar grandes cambios en él, tanto de forma como de contenido, que ya comentaremos en el encuentro. Como dice Sara Castelar en su prólogo, en este libro sucede lo bello y lo terrible; lo cual supone un giro en los temas propios del autor, por lo general contenido y luminoso. No obstante, aquí podemos percibir la herida, el dolor, la crisis de toda existencia, el desaliento, aunque prevalezca la luz al pesimismo. Encontramos diferentes planos: la vivencia personal; la dimensión existencial, la búsqueda de sentido por un individuo, y más cuando sufre; un plano metaliterario, como el conocimiento que adquirimos por la lectura -se viaja de los versos de otros autores a las vivencias del propio autor-, el lenguaje, la escritura y la poesía como fuente de conocimiento y de consuelo, «amado sea el lenguaje que nos consuela», la identidad de quien escribe y la condición de extranjero o sensación de extrañeza del escritor. No se desatiende tampoco lo colectivo y social, también presentes. Saber estar en el mundo, el amor, el dolor, el pasado, la memoria, la escritura, la pandemia o el paso del tiempo son algunos de los temas tratados . Entablaremos un diálogo con Gregorio, que seguro resultará interesante.
EL PADRE DE LA NIEBLA
Nos estiramos como los cedros del Líbano
amanecemos con la energía del búfalo
para cepillar las crines a los caballos
y bendecir las ubres de las cabras.
Quizás algún animal cultive el poema.
Una mujer se marcha de la aldea
–la vecina que amaba la lluvia-
y el cántaro se llena de orfandad
la fuente de abandono.
Recuerdo a Faria,
hay un hombre que se aparta del mundo
-no lo notan en el camino-
un hombre que duerme en la piedra
donde chirrían las cigarras,
un hombre que parte el pan al anochecer
y lo reconocen.
Me siento en el claro de nuestro bosque.
He llegado hasta el margen de mi piel
donde termina y empieza el mundo.
Hay un animal en mí, una mujer y un hombre
y todo se funde hacia dentro.
Aprendo la dirección en el vuelo de los pájaros.
Acaricio las letras como un niño que aprende a leer.
Quiero distinguir el
sentido.
Recuerdas a tu padre ahora que ya no está.
Tu padre que te llevaba de la mano
al parque y al bar de la Codorniz.
Su mano grande y segura, su paso firme
y decidido.
Mi padre saludaba amablemente a todos.
Su cordialidad se expandía
como los rayos de la aurora, mi padre sol.
Él me llevaba en la furgoneta al pueblo vecino
-no más de diez kilómetros-
y aquello me parecía una eternidad de gozo
(¿Por qué lloras, de alegría o de nostalgia?)
Al atardecer ella regaba los tulipanes
y el limonero con música de Aute
(que el pensamiento no puede tomar asiento).
Yo leía a Rojas
(Oh voz, única voz) y tomaba nota de algún verso.
Asomaba la media luna por el cielo
y los vencejos trinaban parábolas.
No estaba lejos la felicidad , no,
relucía en las tejas
y en las gotas de agua regadas.
Recuperas al animal
y a la lluvia y al camino y al bosque
la mujer y el agua que se derrama,
todo se funde en el adentro
y mi padre regresa de la niebla.
TEMBLOR
No busco tener una lengua propia
sino el balbuceo callado del arroyo
el lamento del aire por las grutas de Duino
o el eco de un oboe donde muere la noche.
Que en mi verso resuene el temblor de un naranjo
al nevar en la acera, la llovizna en la tumba
donde se hizo mármol
mi padre
o el clamor olvidado de las lágrimas.
Quizás el susurro de Yepes. ¿No oyes
las ondas del guijarro en la fuente de plata?
¿La brisa en la cabeza desnuda de Li Po
o el pájaro en la jaula de Pizarnik?
No busco una lengua propia, busco el vacío en el cántaro
y el eco de Valente, el agua estremecida por el Tíbet
o el silencio
en la piedra.
Busco un temblor de alegría en mis manos
el temblor
y la voz de los cerezos.
MANDARINAS
«También es amor
este pañuelo sucio de las lágrimas»
JOSÉ MANUEL MARTÍN PORTALES
Y también es amor
este perro sin dueño que olfatea tus huellas
loa zarpazos del gato a las moscas del huerto
tu madre que relee los poemas que escribes
(y que no entiende).
Es amor, sí, la golondrina
que crea su nido del barro
la pareja de yonquis en el umbral del río
el mendigo ilustrado escuchando la noche
la canción que susurra la abuela con Alzheimer.
Y también es amor
el olor de las mandarinas en tus manos
que ofreces de merienda cada tarde
quien lo probó lo sabe.

