«La hora del lobo» de José Mateos

Como nos tiene acostumbrados José Mateos, podemos disfrutar de la belleza y de su lirismo en poemas depurados y esenciales y necesarios. Ante el enorme contraste entre la parte de » Dentro» -sobre el cuerpo y su dolor y lo terrible de enfrentarse a…,- y » Fuera», -el milagro de la vida-, siempre su llamada a la felicidad con placeres sencillos, y gracias al amor y a la amistad, todo un tesoro. Un canto a la celebración.

«cantando una vez más la luz de marzo/ y el roce de mis pies sobre la hierba.»

Una alegría volver a leerlo.

Francisco Brines

ESTÁ EN PENUMBRA EL CUARTO…

Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido

la inclinación del sol, las luces rojas

que en el cristal cambian el huerto, y alguien

que es un bulto de sombra está sentado.

Sobre la mesa los cartones muestran

retratos de ciudad, mojados bosques

de helechos, infinitas playas, rotas

columnas: cuántas cosas, como un muelle,

le estremecieron de muchacho. Antes

se tendía en la alfombra largo tiempo,

y conquistaba la aventura. Nada

queda de aquel fervor, y en el presente

no vive la esperanza. Va pasando

con lentitud las hojas. Este rito

de desmontar el tiempo cada día

le da sabia mirada, la costumbre              

de señalar personas conocidas

para que le acompañen. y retornan              

aquellas viejas vidas, los amigos

más jóvenes y amados, cierta muerta              

mujer, y los parientes. No repite

los hechos como fueron, de otro modo              

los piensa, más felices, y el paisaje

se puebla de una historia casi nueva              

(y es doloroso ver que aún con engaño,

hay un mismo final de desaliento).

Recuerda una ciudad, de altas paredes,

donde millones de hombres viven juntos,

desconocidos, solitarios; sabe

que una mirada allí es como un beso.

Mas él ama una isla, la repasa

cada noche al dormir, y en ella sueña

mucho, sus fatigados miembros ceden

fuerte dolor cuando apaga los ojos.

Un día partirá del viejo pueblo

y en un extraño buque, sin pensar,

navegará. Sin emoción la casa

se abandona, ya los rincones húmedos

con la flor de verdín, mustias las vides,

los libros amarillos. Nunca nadie

sabrá cuándo murió, la cerradura

se irá cubriendo de un lejano polvo.

Las brasas, 1960

Biblioteca de su casa en Elca ( publicada en El País: https://elpais.com/cultura/2019/10/17/actualidad/1571315234_114144.html)

TENDIDOS

Llueve, y amo,

jadean, en extendida sombra,

dos sombras vivas, hozan la nada,

y en ella se alimentan.

                                   Son jirones de luz,

y a su luz se ven ojos, muslos, cabellos,

mientras la sombra se extingue hacia más sombra,

y el reposo en las sábanas

de las furias del cuerpo

es el agradecimiento de quien ha de morir,

y sin pedir la vida, la vida le desborda

hasta negar la muerte miserable,

la herrumbre de los cuerpos aún vivos

y las sombras ya huecas de los muertos.

Aún no, 1971

AQUEL VERANO DE MI JUVENTUD

¿Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?               
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vivido               
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,               
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
no queda ya el recuerdo de días sucesivos               
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,               
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;               
y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,               
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,               
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.               
Sellada en él, la vida.

Insistencias en Luzbel, 1977

EL REGRESO DEL MUNDO

   Abrir los ojos, después de que la noche

recluyera los astros en su amplia cueva rasa,

y ver, tras del cristal,

ya visibles los pájaros

en el fanal aún pálido del sol,

moviéndose en las ramas.

Y cantos que hacen mía la bóveda del aire.

Y sentir que aún me late en el pecho

el corazón del niño aquel,

y amar, en la mañana, la vida que pasó,

y esta maga sorpresa

de amar aún el mundo en la mañana.

Y en el nombre del mar, que está lejano

y azul, siempre tendido

desde el remoto amanecer del mundo,

persignarme la frente, luego el pecho,

los delicados hombros que ahora rozo,

y besar, con los labios del niño rescatado,

este mundo tan viejo,

que hoy no alcanzo a saber

por qué, si el amor no se ha muerto,

me quiere abandonar.

            La última costa, 1995

“ Mi poesía ha salido por donde ha querido ella, y yo, diciéndole que sí, dejándome llevar».

“En ocasiones el poeta ha tratado de desvelar alguna porción del misterio de la vida, de arañar el enigma a cambio de hallar el apagado resplandor de una significación”, escribía en el texto  La certidumbre de la poesía (1984). “Y aparecen las palabras. Y con ellas el engaño de una aparente claridad, o tan sólo una vislumbre de luz, que para la sed del hombre, y arrastrado por la emoción estética, parece en aquel momento suficiente”..

Su poesía “gira en torno a las preguntas que me hago desde la reflexión o el asombro ante la vida[1]”,por poesía todavía entiendo el encuentro con lo intenso y lo profundo, por eso prefiero quizá la poesía que surge desde dentro y que se va descubriendo ante quien la escribe, ante aquel que la halla en él mismo al escribirla. Eso es la poesía para mí”.


[1] Francisco Brines: “La poesía significa hoy para mí más que nunca” | El Cultural


Pablo García Baena

ANTIGUO MUCHACHO

Entre la noche era la madreselva como de música
y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían
de las lluviosas arpas del otoño
un panal de violetas y silencio.
Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo
como un trovador, bello de lazos y de cintas,
que, junto a un cenador donde una tea alumbra,
bajara por la escala el desmayado cuerpo de la infanta
al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche.
Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos,
de cabelleras lánguidas flotando en los estanques
y un ajimez quedaba solo frente a la luna
adormecida por el laúd de los besos.
Revivo la mirada pálida de los espejos
y mi rostro preguntando en su oráculo,
y la mano que repasaba, lenta, mis mejillas, mis labios.
Había una ventana donde el mar convertía en espumas sus cisnes,
y en los aparadores bandejas con membrillos cocidos
y el tarro de las guindas,
y las cidras frías por el mármol de la madrugada,
y los dulces de piñonate en su estrella de papel rizado.
El domingo escalaba con su luz amarilla,
con su parra latiendo de áureos cimbalillos,
los álamos sombríos del invierno,
y las horas, veloces, agitaban sus pétalos
como rosal que deja su nieve por el aire.
Y la noche llegaba al campo reclinando su cabeza en los montes,
y un miedo suave bajaba con el ladrido de los perros por las cañadas,
y la última garza de la tarde dormía entre los juncos.
Decidme dónde tengo aquel niño con el cuello sujeto de bufandas
y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes,
y en torno de mi lecho, Sandokán con la perla roja en su turbante
y Aramis perfumado de unción episcopal,
y Robinsón bajo el verde loro balanceante de los bambúes.
Aquel cerrado mirador, entre lutos,
donde paraban todos los años la Oración del Huerto
cuando el Jueves Santo gemía en su larga trompeta morada.
Y la Virgen Dormida, en un agosto de bengalas,
y los muertos contemplando desde su balaustrada de ausencias
las débiles lamparillas de la noche de Todos los Santos.
Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles,
voces que pálidas renacen,
como hojas arrastradas a un otoño de olvido.
Y como el nadador, dichosamente cansado,
deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo
volviendo su mirada hacia la playa,
así a ti me vuelvo,
buscando tu sonrisa en mi sonrisa,
tu mirar en mis ojos
y tu honda voz pura, antiguo muchacho,
fluyendo como un agua fresquísima
del manantial cegado de los días

.Antiguo muchacho ( 1950 )

«Bajo tu sombra, junio…»

Bajo tu sombra, junio, salvaje parra,
ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas,
que exprimes tus racimos fecundos en las siestas
sobre los cuerpos que duermen intranquilos,
unidos estrechamente a la tierra que tiembla bajo su abrazo,
con la mejilla desmayada sobre la paja de las eras,
la respiración agitada en la garganta
como hilillo de agua que corriera secreto entre las rosas
y los labios en espera del beso ansioso
que escapa de tu boca roja de dios impuro.
Bajo tu sombra, junio,
yedra de sangre que tiende sus hojas
embriagando de sonrisas la pared más sombría,
la piedra solitaria;
junio, paraíso entre muros, que levantas la antorcha de tus árboles
ardiendo en la púrpura vesperal,
bajo tu sombra quiero ver madurar los frutos,
las manzanas silvestres y los higos cuajados de corales submarinos,
la barca que va dejando por los ríos lejanos sus perfumes,
los bosques, las ruinas,
las yuntas soñolientas por los caminos
y el zagal cantando con un junco en los labios.
Quiero oír el inquieto raudal de los torrentes,
el crujido de las ramas bajo el peso del nido
y el resonante silencio de las constelaciones
entreabriendo sus alas como pájaros espumantes de fuego
al fúnebre conjuro de los nocturnos pífanos.
Bajo tu sombra quiero esperar las mañanas fugitivas de frescura
y los atardeceres largos como miradas
cuando todo mi ser es un canto al amor,
un cántico al amor entregado,
mientras las manos se curvan sobre las espaldas desnudas
y mis párpados se tiñen con el violento jacinto de la dicha.

Junio ( 1957)

PALACIO DEL CINEMATÓGRAFO

Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero

como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero.

A través de un oscuro bosque de ilusionismo

llegarás, si traído por el haz nigromántico

o por el sueño triste de mis ojos

donde alientas, oh lámpara temblorosa en el cuévano

profundo de la noche, amor, amor ya mío.

Llegarás entre el grito del sioux y las hachas

antes que la rubia heroína sea raptada:

date prisa, tú puedes impedirlo. O quizás

en el mismo momento en que el puñal levanta

las joyas de la ira y la sangre grasienta

de los asesinos resbala gorda y tibia,

como cárdena larva aún dudosa

entre sopor y vida goteando

por el rojo peluche de las localidades.

Ven ahora. Un lago clausurado de altos

árboles verdes, altos ministriles, que pulsa

la capilla sagrada de los vientos

nos llama; o el ciclamen vivo de las praderas

por donde el loco corazón galopa

oyendo al histrión que declama las viejas

palabras sin creerlas, del amor y los celos:

<<Pagamos un precio muy elevado por aquella felicidad>>;

o bien: << Ahora soy yo quien necesita luz>>,

y más tarde: <<Tuve miedo de ir demasiado lejos>>,

en tanto que el malvís, entre los azafranes

de technicolor, vuela como una gema alada.

Ah, llega pronto junto a mí y vence

cuando la espada abate damascenas lorigas

y el gentil faraute con su larga trompeta

pasea la palestra de draperías pesadas

junto al escaño gótico de Sir Walter Scout.

Vence con tu áureo nombre, oh Rey Midas; conviérteme

en monedas de oro para pagar tus besos,

en el vino de oro que quema entre tus labios,

en los guantes de oro con los cuales tonsuras

el capuz abacial de rojos tulipanes.

Vendrás. Alguna vez estarás a mi lado

en la tenue penumbra de la noche ya eterna.

Sentado en la caliza del astral anfiteatro

te esperaré. Tal ciego que recobra la luz,

me buscarás. Tus hijos estarán en su palco

de congelado yeso, divertidos, mirando

increíbles proezas de cow–boys celestiales,

y yo ya sabes dónde: impares, fila 13.

De Óleo (1958)

COMO EL ÁRBOL DORADO

Como el árbol dorado sueña la hoja verde,

ahora que no estás y en los bosques nevados

cruje lívidas urnas, fantasmal, el invierno,

los jóvenes deseos a la deriva quieren

cubrir tu memorial de húmedas laureas.

Era el marzo feliz que oreaban los vientos:

primaveral basílica los juncos erigían,

las varitas moradas de san José, la avena

como lluvia menuda y un recado secreto

la cardenalina lleva por alfarjes de ramas.

Así como la tierra mi corazón hinchado

germinaba de ocultas semillas sepultadas.

Así como la tierra nupcias al mar ofrece

el oleaje crespo de los besos unía

labio y tierra en anillos de herrín indestructibles.

Veíamos el mundo juntos sobre la roca…

Qué lejos el sollozo, los dioses, la leyenda

que luego tú serías, rojeantes racimos

de riparia cubriendo, armoniosa, tu estatua

cuando ya fuiste mármol inaccesible y ciego.

Pero el cielo era puro y fugaz y la loca

alegría de vivir, esa máscara errante

y beoda reía bajo el galoneado

raso del capuchón del dominó talar,

otorgando antifaces que la realidad cubrían.

La tristeza una calle por donde no pasábamos,

la poesía, una flauta que gime abandonada

y el rezo y los sociales lazos y la amistad,

esa vieja burguesa con labor de ganchillo,

nos vieron ir desnudos bajo las constelaciones.

Sabíamos que un soplo acabaría con todo:

estancias en la noche centelleante de arañas,

copas alzadas, senos, más hielo, el jardín rosa

y verde de la aurora irrumpiendo en cristales,

desgarrando la cola satén de la huida.

Sabíamos que un soplo…Y que no volvería

aquel vino jamás a mojar nuestro labios.

Confusamente turbia tiendo la mano ahora

hacia la puerta, arcano, tarot, encantamiento,

y allí encuentro tu mano entreabriendo el recuerdo.

De Antes que el tiempo acabe (1978)

https://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Garc%C3%ADa_Baena

La que parece que fue su última entrevista:

https://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/sevi-ultima-entrevista-nunca-creido-escritor-201801142102_noticia.html

Otras entrevistas en la radio realizada por los poetas José G. Obrero y Juanma Prieto:

https://cadenaser.com/emisora/2019/01/23/radio_cordoba/1548249682_199282.html

Ricardo Molina

ELEGÍA XI

Cuando derrite el cielo el sol de julio
buscan los bueyes las espesas sombras;
los segadores de color cobrizo,
las frescas jarras y los pozos húmedos,
las cabras, los retoños del olivo,
y yo -lento y errante por el día-
la terrestre dulzura de tu cuerpo.
              
Pues la verbena en flor, la verde prímula
y las vides silvestres cuyos pámpanos
sombrean la roja frente de los sátiros,
y el soto umbrío que un arroyo baña
y que al pasar el viento vibra todo
como lira de hojas plateadas,
y las colgantes dríadas que enroscan
sus guirnaldas de azules campanillas
en el tronco del álamo sonante,
y la zarza espinosa donde tiembla               
-sombra y rocío- un dios enamorado,
no tienen para mi alma la dulzura
de la dorada gracia de tu cuerpo.
              
Como la rosa móvil y redonda
del girasol sigue el curso del astro,
como el agua en la fuente campesina
se arquea y luego cae en claro chorro,
como el fruto maduro comba grávido
la rama que sustenta su opulencia,
como el águila gira por el cielo
y se cierne, voraz, sobre el rebaño,
así mi alma gravita, gira y cae
­-fruto, flor, agua y águila- en tu cuerpo.

Elegías de Sandua

POETA ÁRABE

Los hombres que cantaban
el jazmín y la luna
me legaron su pena,
su amor, su ardor, su fuego.

La pasión que consume
los labios con un astro,
la esclavitud a la
hermosura más frágil.

Y esa melancolía
de codiciar eterno
el goce cuya esencia
es durar un instante.

            Elegia de Medina Azahara,1957

TODO LO QUE ADORASTE

Todo lo que adoraste fuera un día

ya es para siempre tuyo: la ribera

lejana del Genil, la enredadera

que tu infantil mirada suspendía.

Todo es ya tuyo: la mansión profunda

con el patio y sus rosas, las palomas,

el soñoliento olivo de las lomas,

la luz azul que tu recuerdo inunda.

Todo es ya tuyo: por la vieja calle,

tú con tu inseparable bicicleta;

la torre, las primillas, la veleta,

y aquella Grilla de delgado talle.

Todo eres tú. Ya está dentro lo externo,

lo ajeno que era casi cual tú mismo.

Resuelta en ti despeja su espejismo

la realidad. ¡Oh cambio tardo y tierno!

Todo eres tú y tú eres todo: olivo,

rosa, ribera, niño callejero…

Eterno vive en ti lo pasajero

y tú en lo eterno estás ya siempre vivo.

Elegía de Medina Azahara,1957

COMENTARIO

Homenaje a Octavio Paz

Dijeron que las nubes duran poco

pero nada en el mundo es tan blanco y tan puro.

Las aguas son huidizas- dijeron despectivos-

mas ¿quién dará el consuelo de una gota de agua?

Delicioso es el canto de los pájaros,

de las pequeñas aves sobre todo,

en cualquier estación y latitud terrestre…

Mas proclamaron tristes aguafiestas

que todo ha de morir,

que son bellos amores y canciones

pero deben morir.

Y yo pensé, inundado

por una inesperada y grande luz:

¿Qué nos importa la inmortalidad?

Ya solamente amamos lo que muere.

Homenaje

«Pido la paz y la palabra». BLAS DE OTERO

Blas-de-Otero-8[1]

He vuelto a releer «Pido la paz y la palabra» y compruebo que siempre calan en mí los poemas de Blas de Otero, como lluvia o como rayo esperanzador. En mis talleres no faltan nunca poemas de Blas de Otero,  especialmente cuando analizamos el ritmo y comprobamos cómo tiemblan sus versos. En este nuevo viaje por el libro me he percatado que no lo había compartido por este espacio, como a tantos otros poetas maestros. Espero suplir esta falta, si el tiempo me lo permite.

Hoy no tengo una almena

que pueda decir que es mía.

(de un romance viejo)

Ni una palabra

brotará en mis labios

que no sea

verdad.

Ni una sílaba,

que no sea

necesaria.

Viví

para ver

el árbol

de las palabras, di

testimonio

del hombre, hoja a hoja.

Quemé las naves

del viento.

Destruí

los sueños, planté

palabras

vivas.

Ni una sola

sometí: desenterré

silencio, a pleno sol.

Mis días

están contados,

uno,

dos,

cuatro

libros borraron el olvido,

y paro de contar.

Oh campo,

oh monte, oh río

Darro: borradme

vivo.

Alzad,

cimas azules de mi patria,

la voz.

Hoy no tengo una almena

que pueda decir que es mía.

Oh aire,

oh mar perdidos.

Romped

contra mi verso, resonad

libres.

AHORA

Caminos.

Sol en los hombros, avanzan

unidos.

Hay . Siempre. Hay

caminos.

ÁRBOLES ABOLIDOS,

volveréis a brillar

al sol. Olmos sonoros, altos

álamos, lentas encinas,

olivo

en paz,

árboles de una patria árida y triste,

entrad

a pie desnudo en el arroyo claro,

fuente serena de la libertad.