Como nos tiene acostumbrados José Mateos, podemos disfrutar de la belleza y de su lirismo en poemas depurados y esenciales y necesarios. Ante el enorme contraste entre la parte de » Dentro» -sobre el cuerpo y su dolor y lo terrible de enfrentarse a…,- y » Fuera», -el milagro de la vida-, siempre su llamada a la felicidad con placeres sencillos, y gracias al amor y a la amistad, todo un tesoro. Un canto a la celebración.
«cantando una vez más la luz de marzo/ y el roce de mis pies sobre la hierba.»
¿Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano en las costas de Grecia? ¿Qué resta en mí del único verano de mi vida? Si pudiera elegir de todo lo vivido algún lugar, y el tiempo que lo ata, su milagrosa compañía me arrastra allí, en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.
Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia; no queda ya el recuerdo de días sucesivos en esta sucesión mediocre de los años. Hoy vivo esta carencia, y apuro del engaño algún rescate que me permita aún mirar el mundo con amor necesario; y así saberme digno del sueño de la vida.
De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha, saqueo avaramente siempre una misma imagen: sus cabellos movidos por el aire, y la mirada fija dentro del mar. Tan sólo ese momento indiferente. Sellada en él, la vida.
Insistencias en Luzbel, 1977
EL REGRESO DEL MUNDO
Abrir los ojos, después de que la noche
recluyera los astros en su amplia cueva rasa,
y ver, tras del cristal,
ya visibles los pájaros
en el fanal aún pálido del sol,
moviéndose en las ramas.
Y cantos que hacen mía la bóveda del aire.
Y sentir que aún me late en el pecho
el corazón del niño aquel,
y amar, en la mañana, la vida que pasó,
y esta maga sorpresa
de amar aún el mundo en la mañana.
Y en el nombre del mar, que está lejano
y azul, siempre tendido
desde el remoto amanecer del mundo,
persignarme la frente, luego el pecho,
los delicados hombros que ahora rozo,
y besar, con los labios del niño rescatado,
este mundo tan viejo,
que hoy no alcanzo a saber
por qué, si el amor no se ha muerto,
me quiere abandonar.
La última costa, 1995
“ Mi poesía ha salido por donde ha querido ella, y yo, diciéndole que sí, dejándome llevar».
“En ocasiones el poeta ha tratado de desvelar alguna porción del misterio de la vida, de arañar el enigma a cambio de hallar el apagado resplandor de una significación”, escribía en el texto La certidumbre de la poesía (1984). “Y aparecen las palabras. Y con ellas el engaño de una aparente claridad, o tan sólo una vislumbre de luz, que para la sed del hombre, y arrastrado por la emoción estética, parece en aquel momento suficiente”..
Su poesía “gira en torno a las preguntas que me hago desde la reflexión o el asombro ante la vida[1]”,por poesía todavía entiendo el encuentro con lo intenso y lo profundo, por eso prefiero quizá la poesía que surge desde dentro y que se va descubriendo ante quien la escribe, ante aquel que la halla en él mismo al escribirla. Eso es la poesía para mí”.
Entre la noche era la madreselva como de música y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían de las lluviosas arpas del otoño un panal de violetas y silencio. Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo como un trovador, bello de lazos y de cintas, que, junto a un cenador donde una tea alumbra, bajara por la escala el desmayado cuerpo de la infanta al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche. Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos, de cabelleras lánguidas flotando en los estanques y un ajimez quedaba solo frente a la luna adormecida por el laúd de los besos. Revivo la mirada pálida de los espejos y mi rostro preguntando en su oráculo, y la mano que repasaba, lenta, mis mejillas, mis labios. Había una ventana donde el mar convertía en espumas sus cisnes, y en los aparadores bandejas con membrillos cocidos y el tarro de las guindas, y las cidras frías por el mármol de la madrugada, y los dulces de piñonate en su estrella de papel rizado. El domingo escalaba con su luz amarilla, con su parra latiendo de áureos cimbalillos, los álamos sombríos del invierno, y las horas, veloces, agitaban sus pétalos como rosal que deja su nieve por el aire. Y la noche llegaba al campo reclinando su cabeza en los montes, y un miedo suave bajaba con el ladrido de los perros por las cañadas, y la última garza de la tarde dormía entre los juncos. Decidme dónde tengo aquel niño con el cuello sujeto de bufandas y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes, y en torno de mi lecho, Sandokán con la perla roja en su turbante y Aramis perfumado de unción episcopal, y Robinsón bajo el verde loro balanceante de los bambúes. Aquel cerrado mirador, entre lutos, donde paraban todos los años la Oración del Huerto cuando el Jueves Santo gemía en su larga trompeta morada. Y la Virgen Dormida, en un agosto de bengalas, y los muertos contemplando desde su balaustrada de ausencias las débiles lamparillas de la noche de Todos los Santos. Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles, voces que pálidas renacen, como hojas arrastradas a un otoño de olvido. Y como el nadador, dichosamente cansado, deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo volviendo su mirada hacia la playa, así a ti me vuelvo, buscando tu sonrisa en mi sonrisa, tu mirar en mis ojos y tu honda voz pura, antiguo muchacho, fluyendo como un agua fresquísima del manantial cegado de los días
.Antiguo muchacho ( 1950 )
«Bajo tu sombra, junio…»
Bajo tu sombra, junio, salvaje parra, ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas, que exprimes tus racimos fecundos en las siestas sobre los cuerpos que duermen intranquilos, unidos estrechamente a la tierra que tiembla bajo su abrazo, con la mejilla desmayada sobre la paja de las eras, la respiración agitada en la garganta como hilillo de agua que corriera secreto entre las rosas y los labios en espera del beso ansioso que escapa de tu boca roja de dios impuro. Bajo tu sombra, junio, yedra de sangre que tiende sus hojas embriagando de sonrisas la pared más sombría, la piedra solitaria; junio, paraíso entre muros, que levantas la antorcha de tus árboles ardiendo en la púrpura vesperal, bajo tu sombra quiero ver madurar los frutos, las manzanas silvestres y los higos cuajados de corales submarinos, la barca que va dejando por los ríos lejanos sus perfumes, los bosques, las ruinas, las yuntas soñolientas por los caminos y el zagal cantando con un junco en los labios. Quiero oír el inquieto raudal de los torrentes, el crujido de las ramas bajo el peso del nido y el resonante silencio de las constelaciones entreabriendo sus alas como pájaros espumantes de fuego al fúnebre conjuro de los nocturnos pífanos. Bajo tu sombra quiero esperar las mañanas fugitivas de frescura y los atardeceres largos como miradas cuando todo mi ser es un canto al amor, un cántico al amor entregado, mientras las manos se curvan sobre las espaldas desnudas y mis párpados se tiñen con el violento jacinto de la dicha.
Junio ( 1957)
PALACIO DEL CINEMATÓGRAFO
Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero
como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero.
A través de un oscuro bosque de ilusionismo
llegarás, si traído por el haz nigromántico
o por el sueño triste de mis ojos
donde alientas, oh lámpara temblorosa en el cuévano
profundo de la noche, amor, amor ya mío.
Llegarás entre el grito del sioux y las hachas
antes que la rubia heroína sea raptada:
date prisa, tú puedes impedirlo. O quizás
en el mismo momento en que el puñal levanta
las joyas de la ira y la sangre grasienta
de los asesinos resbala gorda y tibia,
como cárdena larva aún dudosa
entre sopor y vida goteando
por el rojo peluche de las localidades.
Ven ahora. Un lago clausurado de altos
árboles verdes, altos ministriles, que pulsa
la capilla sagrada de los vientos
nos llama; o el ciclamen vivo de las praderas
por donde el loco corazón galopa
oyendo al histrión que declama las viejas
palabras sin creerlas, del amor y los celos:
<<Pagamos un precio muy elevado por aquella felicidad>>;
o bien: << Ahora soy yo quien necesita luz>>,
y más tarde: <<Tuve miedo de ir demasiado lejos>>,
en tanto que el malvís, entre los azafranes
de technicolor, vuela como una gema alada.
Ah, llega pronto junto a mí y vence
cuando la espada abate damascenas lorigas
y el gentil faraute con su larga trompeta
pasea la palestra de draperías pesadas
junto al escaño gótico de Sir Walter Scout.
Vence con tu áureo nombre, oh Rey Midas; conviérteme
en monedas de oro para pagar tus besos,
en el vino de oro que quema entre tus labios,
en los guantes de oro con los cuales tonsuras
el capuz abacial de rojos tulipanes.
Vendrás. Alguna vez estarás a mi lado
en la tenue penumbra de la noche ya eterna.
Sentado en la caliza del astral anfiteatro
te esperaré. Tal ciego que recobra la luz,
me buscarás. Tus hijos estarán en su palco
de congelado yeso, divertidos, mirando
increíbles proezas de cow–boys celestiales,
y yo ya sabes dónde: impares, fila 13.
De Óleo (1958)
COMO EL ÁRBOL DORADO
Como el árbol dorado sueña la hoja verde,
ahora que no estás y en los bosques nevados
cruje lívidas urnas, fantasmal, el invierno,
los jóvenes deseos a la deriva quieren
cubrir tu memorial de húmedas laureas.
Era el marzo feliz que oreaban los vientos:
primaveral basílica los juncos erigían,
las varitas moradas de san José, la avena
como lluvia menuda y un recado secreto
la cardenalina lleva por alfarjes de ramas.
Así como la tierra mi corazón hinchado
germinaba de ocultas semillas sepultadas.
Así como la tierra nupcias al mar ofrece
el oleaje crespo de los besos unía
labio y tierra en anillos de herrín indestructibles.
Veíamos el mundo juntos sobre la roca…
Qué lejos el sollozo, los dioses, la leyenda
que luego tú serías, rojeantes racimos
de riparia cubriendo, armoniosa, tu estatua
cuando ya fuiste mármol inaccesible y ciego.
Pero el cielo era puro y fugaz y la loca
alegría de vivir, esa máscara errante
y beoda reía bajo el galoneado
raso del capuchón del dominó talar,
otorgando antifaces que la realidad cubrían.
La tristeza una calle por donde no pasábamos,
la poesía, una flauta que gime abandonada
y el rezo y los sociales lazos y la amistad,
esa vieja burguesa con labor de ganchillo,
nos vieron ir desnudos bajo las constelaciones.
Sabíamos que un soplo acabaría con todo:
estancias en la noche centelleante de arañas,
copas alzadas, senos, más hielo, el jardín rosa
y verde de la aurora irrumpiendo en cristales,
desgarrando la cola satén de la huida.
Sabíamos que un soplo…Y que no volvería
aquel vino jamás a mojar nuestro labios.
Confusamente turbia tiendo la mano ahora
hacia la puerta, arcano, tarot, encantamiento,
y allí encuentro tu mano entreabriendo el recuerdo.
Cuando derrite el cielo el sol de julio buscan los bueyes las espesas sombras; los segadores de color cobrizo, las frescas jarras y los pozos húmedos, las cabras, los retoños del olivo, y yo -lento y errante por el día- la terrestre dulzura de tu cuerpo.
Pues la verbena en flor, la verde prímula y las vides silvestres cuyos pámpanos sombrean la roja frente de los sátiros, y el soto umbrío que un arroyo baña y que al pasar el viento vibra todo como lira de hojas plateadas, y las colgantes dríadas que enroscan sus guirnaldas de azules campanillas en el tronco del álamo sonante, y la zarza espinosa donde tiembla -sombra y rocío- un dios enamorado, no tienen para mi alma la dulzura de la dorada gracia de tu cuerpo.
Como la rosa móvil y redonda del girasol sigue el curso del astro, como el agua en la fuente campesina se arquea y luego cae en claro chorro, como el fruto maduro comba grávido la rama que sustenta su opulencia, como el águila gira por el cielo y se cierne, voraz, sobre el rebaño, así mi alma gravita, gira y cae -fruto, flor, agua y águila- en tu cuerpo.
Elegías de Sandua
POETA ÁRABE
Los hombres que cantaban el jazmín y la luna me legaron su pena, su amor, su ardor, su fuego.
La pasión que consume los labios con un astro, la esclavitud a la hermosura más frágil.
Y esa melancolía de codiciar eterno el goce cuya esencia es durar un instante.
He vuelto a releer «Pido la paz y la palabra» y compruebo que siempre calan en mí los poemas de Blas de Otero, como lluvia o como rayo esperanzador. En mis talleres no faltan nunca poemas de Blas de Otero, especialmente cuando analizamos el ritmo y comprobamos cómo tiemblan sus versos. En este nuevo viaje por el libro me he percatado que no lo había compartido por este espacio, como a tantos otros poetas maestros. Espero suplir esta falta, si el tiempo me lo permite.