
Este viernes a las 19 horas presentaré el poemario de J.R. Barat, «Si preguntan por mí», en Casa del Libro , C/ Velázquez 8, Sevilla. Me alegrará veros.
J. R. Barat (Valencia, 1959) es Licenciado en Filología Clásica e Hispánica, y Catedrático de Lengua y Literatura. Su obra poética está compuesta, entre otros, por los siguientes libros: La coartada del lobo (2000), Como todos ustedes (2002), Piedra primaria (2003), Breve discurso sobre la infelicidad (2004), El héroe absurdo –Poesía reunida– (2004), Confesiones de un saurio (2005), Malas compañías (2006), Mapa cifrado (2007) y La brújula ciega (2010).
El título “Si preguntan por mí” procede del poema Barro solo , en el que se expresa nuestro carácter intrascendente, anónimo, fugaz: “Si preguntan por mí, / ya saben lo que soy: / una sombra entre sombras. / Barro solo.” Si somos barro, nos podemos moldear, y al mismo tiempo, parece que Dios creó al hombre con barro y polvo.
Su primera parte, Sol de la infancia, hace referencia a los últimos versos que José, hermano de Machado, encontró en el bolsillo del abrigo de Antonio Machado a su muerte en Colliure. El poema, que le da título a esta parte, supone un homenaje a nuestro maestro, cuyos versos le despertaron la fascinación por la poesía , bajo su ala empezó a escribir, con apenas 13 años. Poemas testimoniales que rememoran aquella infancia de los años 60, rural y feliz, con su cine de verano y misas en latín. Os dejo aquí el poema completo y algún que otro del libro y el viernes profundizaremos en ese poemario que gira en torno a: la memoria, la infancia, el amor, el misterio de la vida, el paso del tiempo, la muerte, nuestra fugacidad en el absurdo devenir del mundo, los sueños… Os esperamos.
Os dejo mi reseña a este poemario publicada en la revista Culturamas, a la que le estoy muy agradecida, así como a su editor de la sección de poesía, Jesús Cárdenas Sánchez:
SOL DE LA INFANCIA
Tenía doce años. Tal vez trece.
Y creo recordar que era feliz.
La vida transcurría
entre huertas y establos
y gentes labradoras.
En aquel escenario de miseria
el instituto era un oasis de luz.
Madrugada, mochila, compás y cartabón.
El olor de la tiza y de los libros
tenía algo de magia para mí.
Todavía recuerdo
a aquella profesora
que leía en voz alta
-labios rojos, zapatos de tacón,
cabellos como el trigo-
los versos de Machado
mientras se paseaba por el aula.
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Y aquella transparencia heptasilábica,
el contoneo dulce de los versos,
se me iba metiendo
lentamente en el alma
sin que me diera cuenta.
El agua de la fuente,
resbala, corre y sueña.
Yo cerraba los ojos y dejaba
que el agua de Machado
corriera por los surcos
de mi imaginación
como un río de luz anaranjada.
Después del instituto,
otra vez el estiércol,
el trabajo en la huerta,
la lluvia de los días.
Pero en la soledad oscura de mi cuarto,
cuando me retiraba por las noches,
a la luz macilenta
de una pobre bombilla sin tulipa
yo leía los versos de Machado
una vez y otra vez,
en voz baja, lo mismo
que una extraña oración.
Lejos de tu jardín quema la tarde
inciensos de oro en purpurinas llamas.
Han pasado los años. No recuerdo
el día en que empecé
a escribir redondillas,
romances, serventesios,
proverbios y cantares.
Poemas que llevaban la semilla
-con permiso de Bécquer y de Hernández,
de Lorca y de Neruda- de un humilde
profesor de francés
que se llamaba Antonio Machado, un hombre bueno,
republicano y sabio.
Ya no soy aquel niño
que ordeñaba las vacas
y labraba la tierra.
El niño que miraba con ojos inocentes
la hermosura de un mundo sin confines,
a la medida exacta de sus sueños.
Muchas veces me siento a meditar
en un banco cualquiera
de una plaza cualquiera,
a la sombra de un álamo
o a la orilla de un río.
Empiezo a comprender
que la vida de un hombre
se escribe con la tinta
de sus primeros años.
El aire que acaricia
las copas de los árboles
me trae en su monodia
el verso más hermoso, más sencillo, más triste
que escribiera Machado:
Estos días azules y este sol de la infancia.
A veces me pregunto
cómo puede caber en un alejandrino
el corazón de un hombre.
—
BARRO SOLO
A Pascual Casán
A grandes rasgos soy alguien que habita
con más pena que gloria en los suburbios
de la insignificancia.
Ojalá yo pudiera
extraer del sombrero una paloma
o sacar de la manga un as de corazones.
Anónimo viandante,
funambulista crónico
sobre la cuerda floja
del quelevoyahacer.
Admito que jamás
conseguí distinguir el grano de la paja.
No me siento capaz de señalar
los puntos cardinales
en el atlas oscuro de mi fe.
La línea que dibuja el horizonte
es una mancha azul en mi retina
y en esa nebulosa
se abrazan y copulan
el cielo y el infierno.
En mi defensa puedo
alegar muchos méritos civiles,
algún certificado
de mi buena conducta laboral
o un eficaz currículum
en asuntos domésticos.
Con todo,
lo que más me asemeja
a cualquier ser humano
es el hondo temblor
ante lo incomprensible,
la gris mediocridad,
el dolor de saberme
fugaz e intrascendente
en el absurdo devenir del mundo.
Si preguntan por mí,
ya saben lo soy:
una sombra entre sombras.
Barro solo.
—
LA VIDA ES SUEÑO
Los sueños alimentan más que el pan.
Son la brasa encendida
que en las noches de invierno
calientan por igual
la carne y el espíritu.
El faro que ilumina
la nave naufragada en la tormenta.
A veces emborrachan
como una canción dulce
o un vino de reserva.
No dejes que la vida
con sus dosis diarias
de realidad y números
acabe con tus sueños.
Lucha a capa y espada
contra la sinrazón de la razón
y déjate arrullar por sus quimeras,
sus molinos de viento
y su reino de Jauja.
El día que los sueños te abandonan
definitivamente
estás perdido.
—
TAURO
A Ángel
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa…
Luis de Góngora
Querido hijo: tarde
o temprano tendrás que regresar
al germen sin origen del principio,
a aquel hermoso mayo
en que pacía flores de zafiro
en un cielo sin nubes
al robador de Europa.
Otra vez ha de ser tu compañera
la luz del mediodía
cuando los ojos abras
frente a la eternidad.
Y será, como entonces,
el fulgor más intenso
de la estación florida.
Considera tan solo
no haber vivido en vano.
