
Tenemos la suerte de contar con la presencia de Braulio Ortiz Poole en nuestro ciclo » El poeta y su voz», martes 15 de marzo a las 19.00 horas, en Casa del Libro de Viapol, Avda. de Diego Martínez Barrio nº 4, Sevilla. Muy agradecida de que aceptara la invitación. El aforo es libre y también puede transmitirse por Meet.
Braulio Ortiz Poole es un periodista cultural y poeta nacido en Sevilla en 1974. Escribe para el Diario de Sevilla y los periódicos del Grupo Joly. Su debut literario, Francis Bacon se hace un río salvaje, ganó el Premio Andalucía Joven de Narrativa, y a esa publicación siguieron obras como la novela La fórmula Miralbes (Caballo de Troya, 2016), biografías bastardas ( Rd Editories, 2005) o los libros de poesía Defensa del pirómano (E.H. Ediciones, 2007), Hombre sin descendencia (Fundacion Jose Manuel Lara, 2011), Cuarentena (La Bella Varsovia, 2015) o Gente que busca su bandera (Maclein y Parker, 2020). También hacer constar la biografía Manuel Laffon, el hombre y el médico ( Diputación Provincial de Sevilla, 2010). Sus historias han sido seleccionadas para antologías como ‘Mutantes. Narrativa española de última generación’ y ‘Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español (2001-2010).
El prólogo es del también poeta Alejandro Simón Portal. En él hace un recorrido por la trayectoria poética del autor, destacando de este libro su cuestionamiento de lo (indebidamente) establecido, cómo da voz a los disidentes, su diálogo con historias ajenas y universales, su carácter celebratorio de la vida, a la vez que su conciencia política y compromiso ético. Define el poemario como un tratado de amor al género humano, entendiendo el amor como consuelo y resistencia.
En la página de la editorial Macklein y Parker se indica: «Bandera como símbolo de lucha, de pertenencia, de propósito. Bandera como símbolo de la necesidad de compartir una revolución que comienza en lo íntimo pero va más allá del individuo, más allá incluso del colectivo, que lo atraviesa todo con colores, en ocasiones, no visibles a los ojos, tal vez solo visibles a los corazones. En Gente que busca su bandera el periodista, escritor y, por encima de todo, poeta, Braulio Ortiz Poole rinde un cálido homenaje a todas esas personas que, en algún momento de su vida, convirtieron su causa en bandera. Un catálogo de hombres y mujeres que no quisieron acatar las consignas y abrieron su propio camino. Desde Leonard Matlovich, el primer militar de Estados Unidos que reconoció su homosexualidad, hasta el pintor Thomas Eakins, expulsado de la Academia de Bellas Artes de Pensilvania por mostrar en una clase un desnudo masculino a un grupo de alumnas; desde la actriz Frances Farmer, que pagó caro su intento de ser una mujer libre, al jugador de ajedrez Viktor Korchnói, disidente y desertor, la obra retrata a rebeldes e inadaptados que se salieron de la norma y que fueron duramente juzgados por su tiempo. Escribe sus historias, / di sus nombres, apunta el autor en unos versos. Aunque los señalen / también ellos / están haciendo patria. «
Braulio da un giro en su poesía, por lo general autobiográfica, para abrirse a lo plural y colectivo, como le ocurrió a Antonio Machado. Y logra con una sorprendente intensidad meterse en la piel de sus personajes reales para mostrarlos con ternura. Es la suya una voz que se desdobla -usa el recurso del desdoblamiento- y se dirige constante a un «tú», que es el otro, la víctima, el proscrito o divergente.
Cuando se refiere al verdugo, al cazador, quien señala al otro, al intolerante -por ejemplo en Canadá- lo hace en tono interrogativo, preguntándose cómo es posible tal actitud.
El propio autor en una entrevista manifiesta que prevaleció «el impulso de encontrar a los conciudadanos en los extranjeros, la verdad en los locos y la fe en la herejía. Los que no figuran en el discurso oficial, los disidentes, también contribuyen a levantar el país.» No me digan que no es para zambullirse de cabeza en sus páginas.
El libro muestra cómo todos los derechos y libertades -y justicia, pues es cuestión de justicia- han sido logrados gracias a la lucha y el sacrificio (incluso con la propia vida) de quienes abrieron el camino con coraje. Una larga batalla que todavía hoy continúa en muchos lugares, y en estos lugares, para nuestro pesar. Retrata el precio que paga el «Otro», a quien miran como diferente o extraño y marginan; el precio del rebelde por ir contra la norma.
Refleja como un espejo dos posturas: por un lado, la intolerancia y fanatismo, el Caín que el ser humano lleva dentro, los inquisidores que no admiten que se salga de la «norma», la rigidez sin corazón ni razón, o la simple banalidad del mal, que decía Hanna Arendt (una mujer también valiente por decir lo que realmente pensaba); por otro lado, el marginado, el valiente, quien no se ajusta al patrón común, el visionario que posee una mentalidad más avanzada a la de su tiempo. La pintura negra de Goya, duelo a garrotazos, simboliza esta dualidad, Caín y Abel, refiriéndose igualmente a la historia de nuestro país. A este respecto, para esta patria que somos todos, propone la actitud y el pensar de Clara Campoamor: «materia que edifique y no destruya. / Una casa para vivir en el futuro. / Una casa para la templanza,» nos dirá en su poema Una casa para la templanza. También alude a esta apertura el verso de Vicente Aleixandre: Para todos escribo, en el poema 1977. Vicente Aleixandre recibe una respuesta, en el que reflexiona sobre la condición de la poesía como un lugar de encuentro con el otro , entablando un diálogo con los versos que cita de nuestro premio Nobel.
Evoca en el libro un modo de sentir y de vivir, apuesta por la libertad y la pasión; un interrogarse sobre la identidad y la actitud que adoptar ante el mundo, aunque se sitúe más en el «temblor de dudas» que en la certeza y prefiera lo pequeño y sencillo a las grandes verdades.
En su epílogo, nos encontramos con un joven que alcanza la madurez y se percata de lo que tiene de común con los otros, «Y verá que las brasas/ del dolor y la dicha/ que surcaban su sangre/ han dejado en los otros/ la misma quemadura. / Verá que no está solo.» Y su canto se desdobla, lo dice expresamente, ese desdoblamiento de la voz poética para hablar de los otros, de uno. No podemos olvidar que lo privado es también político, que lo personal depende de lo colectivo en gran medida.
Gente en busca de su bandera es un texto cuidado al milímetro, con esmero, en el que nada sobra, cuyos versos concisos -de ritmo endecasílabo- destellan furor, pasión, belleza, ética, sin querer que lo formal ofusque el significado, sin caer en los brillos del esteticismo -con elegante sobriedad-, bañándose en agua clara la voz del corazón y la conciencia, con las palabras exactas. Sus versos nos pueden parecer aforismos a veces; otras, fulguran sus imágenes. Doy por seguro que quienes se adentren en sus poemas se emocionarán, encontrarán sensibilidad y humanidad. Un buceo, tal vez, para intentar comprender la condición humana -así como la historia de nuestro país y del mundo- y no olvidar el camino escarpado que hemos recorrido hasta llegar aquí, no olvidar que todavía hay que llevar la bandera y continuar, saber ser libre, saber que toda revolución empieza en uno mismo, comprender que la identidad es una construcción cultural e histórica.
El poemario comienza con este poema que le da título y que su autor nos recita :
ESTA ANTIGUA MEMORIA DE LA NOCHE
Leonard Matlovich ( Savannah, 1943- California 1988)
-I-
Cuando eres joven
guardas entre los puños
un agua escurridiza.
Una verdad apenas susurrada
arraiga entre tu pecho
como una madreselva sobre un muro.
Tus silencios aluden a un puñado de césped,
a lo tierno y lo esquivo.
Dentro de ti, la roca.
Dentro de ti, las ascuas:
la leche corrompida de un secreto.
Una corona de espinas en tu entraña,
aquello que aún no nombras
y por ello no existe.
Un amor, un amor
que en la intemperie sería combustible,
que al revelarse sería acantilado.
Vencejo antes que águila,
muchacho todavía,
cantas sin embargo a lo sombrío,
hasta que este miedo rompa su coraza,
la emoción o un relámpago derriben tanta cerca,
y el muchacho sea hombre
y ese amor se haga del consuelo.
-II-
Te atreviste a dar un paso al frente,
pero no estabas solo.
Hablabas tú,
pero olías a madera: rompías el silencio
soberbio y centenario de los álamos.
Tenías en tu pecho (¿lo sabías?)
un tesoro escondido:
el eco de los hombres que se amaron.
Los silenciados, quienes tuvieron miedo,
te entregaban su voz, te daban su coraje.
Venía de lejos, de muy lejos.
De hablar con los fantasmas.
De los bosques furtivos.
De la vida.
Este deseo, tan lleno de raíces,
¿ cómo si no era un jardín
más allá de las piedras?
No eras tú únicamente.
Traías
las espaldas cubiertas por la arena,
los brazos y las flores,
el espasmo, el recuerdo,
la plenitud, el hambre:
esta antigua memoria de la noche.
Como brota la savia en un árbol talado,
en ti se abría una fuente.
Hoy, los amantes,
en el golpe de fiebre de un abrazo,
oímos aún el agua y su murmullo.
Ya eres parte del eco.

UNA MUJER QUE MUESTRA SU VERDAD
Frances E. Farmer (Seattle, 1913 – Indianápolis, 1970)
Este corazón que llevas siempre a cuestas
y del que no entiendes
su amor tan combustible:
permítele que invoque a sus deidades,
permítele de nuevo el sacrilegio.
Aunque vendrá el rechazo si eres libre,
si en la vida y su fiesta de disfraces
no te pones la máscara.
Alguien te advertirá seguramente:
una mujer que muestra su verdad
ha de ser destruida.
Los hombres de bien señalan con espanto
tu belleza blasfema.
Pero no quieres ser de la mentira
y escupes tu metralla.
Si has de nacer de nuevo,
escoge esta piel sensible al mundo,
este incendio constante:
niega a Dios,
niega a Hollywood,
camina con el fuego.
Ya domarán los bastardos a la fiera,
pero antes,
como se limpia el barro
quien viene de la lluvia,
deja atrás la prudencia.
Sólo vive quien arde.
UNA CASA PARA LA TEMPLANZA
Una casa sin muros,
sin ladrillo que aísle de los otros,
concebida hacia afuera,
con voluntad de huerto o voz de salmo,
de siembra o de plegaria.
Una casa que no se cierre en ella.
Así, mujer, sería tu palabra:
una casa muy joven
donde todo germine todavía,
cereal o promesa
que no peleen las fieras.
Una casa para la mesura.
Una casa para tus hermanos.
De esta piedra que prefiere
los puentes a los diques,
así , mujer,
sería tu palabra,
materia que edifique y no destruya.
Una casa para vivir en el futuro.
Una casa para la templanza.
(No te escucharon, Clara:
tus paisanos
prefirieron la cueva y la batalla,
el verbo impregnado en queroseno)
Ahí quedó
tu casa solitaria,
tu palabra serena
para que alguien la habite.
No sólo se repueblan las ciudades:
también el pensamiento.

