Poesía Arabigoandaluza

Poesía arabigoandaluza (2)

 

He encontrado casualmente  en la biblioteca esta antología de poesía andalusí, escrita por escritores árabes asentados en Al-Ándalus,  cuyos versos rebosan preciosismo,  sensualidad y pasión.  Se titula Diván andalusí. Antología de poetas arabigoandaluces, elaborada por el doctor Juan Rey y publicada por la editorial Guadalmena en 1991.

 

EL MEMBRILLO

 

Es de color amarillo, como si llevase una túnica

de narciso y huele como el almizcle de penetrante

aroma.

Tiene el perfume de la amada y su misma dureza

de corazón, pero tiene el color del amante apasionado

y macilento.

Su palidez es un préstamo de mi palidez, su olor

es el aliento de mi amiga.

Cuando se irguió  fragante en la rama y las horas

le habían tejido mantos de brocado,

extendí mi mano suavemente para cogerlo y

colocarlo como pebetero en el centro de mi sala.

Tenía un vestido de pelusa cenicienta que

revoloteaba sobre un liso cuerpo de oro.

Y cuando se quedó desnudo en mi mano, sin más

que su camisa color de narciso,

me hizo recordar a quien no puedo decir, y el

ardor de mi aliento lo marchitó entre mis dedos.

Chafar ibn Utman al-Mushafi (m. 982)

 

 

LA TORMENTA

 

Cada flor abría en la oscuridad su boca buscando

las ubres de la lluvia fecunda.

Y los ejércitos de las negras nubes, cargadas de

agua, desfilaban majestuosamente, armadas con los

sables dorados del relámpago.

Ibn Suhayd (992-1035)

 

 

VISITA

 

Espera mi visita cuando apunta la oscuridad,

pues opino que la noche es más encubridora de los secretos.

Tengo algo contigo que si coincidiera con el sol,

éste no brillaría

y si con la luna, ésta no saldría

y si con las estrellas

éstas no caminarían.

Wallada ( 994-1091)

 

 

EN AUSENCIA DE LA AMADA

 

En sueños tu imagen presentó a la mía, mejilla y pecho,

recogía la rosa y mordí la manzana.

Me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento.

Me pareció que sentía el olor a sándalo.

Si quisiera visitarme cuando estoy despierto…

pero entre nosotros pende el velo de la separación.

¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros,

por qué no se aleja la desgracia?

¡Que Dios refresque a Umm Ybayda con fina lluvia

como ella lo ha hecho en mi corazón!

Es un antílope por su cuello, una gacela por sus ojos,

un jardín de arriates por su fragancia, una rama de

sauce por su talle.

Al- Mutamid (1068-1091)

 

 

LOS LUNARES

 

Levantó sus ojos hacia las estrellas y las estrellas,

admiradas de tanta hermosura, perdieron pie

y se fueron cayendo en la mejilla donde con

envidia las he visto ennegrecerse.

Ibn Labbana (m.  1113)

 

 

EL AZAHAR Y LA ROSA

 

Ensartamos nuestras rimas como un collar en

honor del que presidía la tertulia,

en una casa a cuyo cobijo arrastramos el manto de

la gloria.

Los luceros brillaban allí vivos como brasas, la

noche exhalaba ámbar gris.

Nos perfumaba el azahar fragante, entreverados

con la rosa

como una blanca boca dulce que sonriese besando

una mejilla.

 

 

ESCENA DE AMOR

 

Sus miradas eran de gacela, su cuello como el del

ciervo blanco, sus labios rojos como el vino, sus

dientes como las burbujas.

La embriaguez la hacía languidecer en su túnica

bordada de oro que la ceñía como las estrellas brillantes

se entrelazan en torno de la luna.

La mano del amor nos vistió en la noche con una

túnica de abrazos que rasgó la mano de la aurora.

Ibn Jafacha ( 1058-1138)

 

 

LAS ROSAS

 

Las rosas se han esparcido en el río y los vientos,

al pasar, las han escalonado con su soplo

como si el río fuese la coraza de un héroe desgarrada

por la lanza y en la que corre la sangre de las heridas.

Ibn az-Zaqqaq ( 1094-1135)

 

 

ESCENA DE AMOR

 

Cuando el sol se inclinaba para alejarse, le fijé,

para que cumpliera su promesa de visitarme como

un sol, el momento en que la luna de las tinieblas

hace su viaje nocturno.

Y vino como la claridad de la aurora que se abre

paso entre las tinieblas y a veces como pasa el

céfiro sobre el río.

En torno mío se perfumaban los horizontes, anunciándome

su llegada como el aroma anuncia la flor.

Yo recorrí con mis besos las huellas de su paso

como el lector recorre las letras de la línea.

Y pasé con ella la noche, mientras la noche dormía

y el amor despertaba entre la rama de su talle, la

duna de sus caderas y la luna de su rostro.

Unas veces la abrazaba y otras la besaba hasta

que el estandarte de la aurora nos llamó para alejarnos.

Y se rompieron los collares del abrazo entre nosotros.

¡Oh noche de al-qadr, suspende la hora de la separación!

Ibn Safar al-Marini (S. XII)

 

 

TÚ QUE CABALGAS

 

Tú que cabalgas, a tu izquierdas dunas

y a la derecha tamarindos,

Hacia Nayd, un camino que atraviesan

los ojos del céfiro,

saluda de mi parte, cuando llegues,

a un amigo cuyos ojos

son las espadas más penetrantes

y di en un valle, junto a un bosque

en cuyas ramas las palomas zurean:

«Ay  bosque, las palomas padecen

los sentimientos del que triste añora.

Si las palomas sintiesen

lo que mi pecho siente,

quemarían la rama en que se posan».

Ar-Rusafi (S. XII)

 

LAS CANAS

 

Canas dijeron. ¿Os extraña? Contesté.

¿Es raro que el alba raye la oscuridad nocturna?

No estáis viendo canas, sino

el bayo de la juventud vuelto gris de tanto correr.

Ibn Gayyat ( S. XIII)

 

 

EL SURTIDOR

 

¡Qué bello el surtidor, que apedrea el cielo con

estrellas fugaces que saltan como ágiles acróbatas!

De él se deslizan a borbotones sierpes de agua que

corren hacia la taza como amedrentadas víboras.

Y es que el agua, acostumbrada a correr furtivamente

debajo de la tierra, al ver un espacio abierto, aprieta a huir.

Mas luego, al reposarse, satisfecha de su nueva

morada, sonríe orgullosamente mostrando sus dientes

de burbujas.

Y entonces, cuando la sonrisa ha descubierto su

deliciosa dentadura, inclínanse las ramas enamoradas

a besarla.

Ibn Raia ( S. XIII)