
Aunque se indique en el cartel a las 19 horas, empezaremos a las 19.30 horas. En esta ocasión, el autor está en nuestra ciudad solo algunos meses al año, así que es una oportunidad única para hablar con él de poesía y de este último poemario, traducido por Natalia Carbajosa. Como me gustó mucho su primer libro en español, «Spanish Sketchbook. España en dibujos», publicado por Ediciones en Huida, estaba pendiente de su trayectoria. Veniros, que la entrada es libre y gratuita.
Curtis Bauer es catedrático de universidad, poeta, traductor y editor. Es autor de tres poemarios: Fence Line, The Real Cause For Your Absence y American Selfie. También es traductor de poesía y prosa del español, traducciones entre las que destacan Image of Absence, de Jeannette L. Clariond (The Word Works Press, 2018), que ganó el International Latino Book Award for «Best Nonfiction Book Translation from Spanish to English», Behind What Landscape, de Luis Muñoz y Eros Is More, de Juan Antonio González Iglesias. Ha impartido conferencias y talleres en español e inglés en Estados Unidos, Argentina, Ecuador, México, Venezuela y España. Es editor y redactor de Q Avenue Press Chapbooks y editor de traducciones de la revista literaria The Common. Divide su tiempo entre España y Texas.
En la página web de la editorial Vaso Roto se dice sobre Selfi americano: «Con un epígrafe de Sõren Kierkegaard inicia Curtis Bauer su poemario: «El mayor de todos los peligros, perderse a sí mismo, puede ocurrir inadvertidamente en el mundo, como si no fuera nada». Y es que para este poeta el peligro yace en la distracción, en no darse cuenta. Por eso regresa lo ido, a un pasado que requiere ser revisitado. América, las distintas américas que conforman el universo de Bauer, se nos presenta en una crudeza llevada a la abstracción. Máquinas, manchas de petróleo, mares de tierra, salamandras, un mundo con atisbos de esperanza y su olor a jazmín. Aquí hay estaciones de una edad a la que Bauer regresa y se pregunta si la belleza es, si la justicia es, si el amor es, y si lo que muestra es lo que nos mantiene asidos a la patria.
Pensar en Bauer es pensar en la pintura de Giorgio Morandi: espacios, silencios, profundidades, barreras, límites. Al lado del padre Bauer el niño lee de modo distinto el trazo, la línea, la luz y su concomitante sombra. Sabe que el pretexto del arte es la cosa y que después de mirarla se transforma en algo más y después en otra hasta que signifique aquello que no es. De eso trata Selfi americano: es el ojo que ha dejado de ver la realidad para entrar en la visión. América, las distintas américas que conforman la poesis de Bauer, se nos presenta en una crudeza llevada a la abstracción. Máquinas, manchas de petróleo, mares de tierra, salamandras, un mundo con atisbos de esperanza y su olor a jazmín.
Onda que se borra en el estanque, la escritura de Bauer se diluye en su propia tinta, pero ahora sus trazos son más sólidos, más seguros para enunciar su incertidumbre. Ha dejado de lado sus vacíos, y se ha llenado de una luz recuperada en la casa de su infancia: ese espacio espiritual se hace más grande, invita a la contemplación.
“En este bello equilibrado poemario elegíaco, Curtis Bauer revisita lo sublime americano y lo rehace en estos momentos de penuria y desastres a través de una claridad digna y honorable. Bauer nos ofrece poemas de humana precisión y callado goce.”
—Vijay Seshadri
En el programa «No es un día cualquier», de Radio Nacional de España, con Antonio Lucas, nos habla Curtis de este libro:

Con un estilo, que parece buscar la objetividad -descripción aparentemente objetiva de una escena o paisaje, a través de la cual se muestra , y generalmente denuncia, un hecho o situación-, narrativo, realista, donde predomina lo cotidiano, de gran visualidad y plasticidad -una cámara de fotografía o vídeo, recogiendo el más mínimo detalle- en largos poemas, profusos en su desarrollo y en tono confesional, nos retrata Texas y América, nos dibuja un retrato social y moral y cuestiona nuestra propia condición y humanidad.
En los poemas se habla en primera persona del singular. Aparece un yo -mayormente en su primera parte, más intimista- un sujeto que vive fuera de su país, en Buenos Aires, un lugar aún desconocido -después serán otras ciudades y países, pero siempre arrastra cierta nostalgia y sentimiento de extranjería- , y que se siente confuso, desorientado, perdido, solo, donde puede que recuerde su tierra y su infancia: Texas, una terra vasta de petróleo y cazadores, la luz de su casa natal, los amigos o amantes. Será un sujeto poco autocomplaciente, quien siente la pérdida de los amigos, pero sabe que mañana serán olvido, como se borra la huella y la onda de una piedra tirada al estanque.
Algunos poemas parecen recoger noticias de sucesos, como la violencia de género o el suicidio de un chico. Y cobran protagonismo personajes marginales : los vagabundos que duermen en la calle y que nadie parece percibir, el vecino borracho que cuelga a su perra de una soga para bailar juntos y la mata, trata la pobreza, el racismo. Escenas duras y posibles, si no reales. Sin embargo, no todo es crudeza, hay dulzura y delicadeza cuando se habla de amor y belleza, la belleza del abrazo de un ser querido -en su poema Lo que la belleza es, es-, o por ejemplo, en Amar a esta mujer: tres movimientos, nos dice:
«…O puedo tomarte de la mano, perderme
en el rastro de tus dedos y seguir
la cartografía de tus venas de la punta al arco del brazo,
como una vara de zahorí en busca
de un chorrito, de un manantial subterráneo
que se abre a cierta profundidad
y forma un arroyo, un río,
un océano en tu interior.
Hasta allí quiero ser arrastrado».
Un estilo ecléctico el suyo, mezcla de narratividad con simbolismo, sugerente, cuyos poemas se abren a la interpretación del lector, a quien hace pensar, sin duda, y cuya conciencia agita.
En su segunda parte la denuncia se intensifica, mostrando la infamia: explotación laboral, inmigración, los migrantes subidos a las vallas, la represión policial, la situación de los ilegales, los abusos sexuales a menores, historias de violencia y hombres violentos, el asesinato de una niña… En definitiva, nuestra maldad y monstruosidad.
Alrededor del deseo, del amor y desamor ronda principalmente su tercera parte, sobre su belleza y sobre la existencia de lo bello, o su ausencia. Nos muestra en este texto, en suma, lo bello y lo terrible.
Selfi en el polvo
Hay una luz que amo, que amaba
en la casa donde nací.
Tras la puerta se inundaba el zaguán
de la luz oblicua que brillaba en
cascadas de partículas que allí
se remansaban, luego estallaban, se inflaban
y avanzaban flotando como si
tuvieran un sitio a donde ir,
donde caer a kilómetros de distancia
o salir de la ciudad como yo mismo
haría después, aunque no supe por qué
bañado allí entonces en el polvo
revuelto que formaba remolinos, bullendo
en esa luz y calor hasta formar
el abrazo de un cuerpo que se abriera
sobre mí y me rodeara, un niño
alentado por la fuerza de ese espacio,
armado de valor para entrar
en ese borboteo y ese baile
en manos del polvo. Mis manos
entretejidas en él, tomándolo
y tocándolo. Abrazados. Aprendí
en qué parte de la luz me convierto
al flotar y al girar, cómo
me elevo desde el suelo,
y salgo, y sigo más allá.
—
Selfi americano
Quién es el hombre, pues solo puedo imaginar
un hombre, que tocaría a una niña,
que desnudaría a esa niña, que
la haría agacharse y
la haría agacharse
y la penetraría y a él y a él
y a ella y se dirigiría a la madre
de este o de aquella, la cual,
atada con correas a una silla, se quedaría
tan inmóvil como las sillas, tan vacía como las sillas
en las que otras madres no quieren sentarse,
aunque lo harán, obligadas a mirar
en silencio como lo hacemos en el cine o en un museo,
qué es el hombre que pareciera sonreír
a esas madres mientras penetra a aquel niño o a esa niña,
pero no y no a los niños que ahora
estarán vomitando en silencio tras llorar hasta que no
les queden lágrimas, si no fuera por la cámara que sostiene
otro hombre detrás de esas madres, que hace fotos, instan
táneas para enseñar a los amigos de vuelta a casa,
a la familia guardados en una caja de zapatos que un día,
cuando ese hombre sea viejo, haya olvidado lo que ha hecho,
porque esta raza de hombres puede olvidar lo que ha
hecho, abrazará a los hijos de sus hijos, que un día
descubrirán esa caja llena tan peculiar en un armario, si entonces
aún existen los armarios y las cajas y las fotos,
la bajarán por puro aburrimiento, la abrirán y verán
lo que su abuelo, lo que sus amigos y su
abuelito hicieron por puro aburrimiento
en nombre de su país.
—
Otra mujer a la que amé
Fue amargo: la lluvia caía a cántaros sobre nosotros,
los dos más madrugadores que esperábamos en la cola fuera
de la Galería Nacional del Retrato. Como una
riada; como una película (¿Por qué quieres vivir allí?
Preguntó mi hermano. Llueve todo el tiempo); e
Igual que en las películas, yo llevaba paraguas
y ella no, era guapa y yo no,
quería practicar su inglés ya perfecto,
entendía a su cuerpo con exactitud, y yo no.
Hice un gesto, extendí el paraguas hacia ella
y me tomó del brazo, esperamos juntos,
sin hablar del tiempo ni de que los dos
éramos de fuera, sino de los olores familiares
que añorábamos y de la última vez que los sentimos
aquí, o del té amargo al que no nos acostumbrábamos.
Tal vez reímos y yo fui más consciente
de su cuerpo junto al mío. He contado esta historia
muchas veces; algunas mujeres se quedan dentro de un
hombre;
su belleza, por supuesto, era espectacular
y yo no merecía estar tan cerca de ella -su
aplomo- aunque estaba calada hasta los huesos.
Fue su presencia inesperada, mi brazo
fue una puerta que agarró y abrió,
su mano la llave; fue
el pequeño espacio seco y la conversación
que compartimos; no se alejó
cuando entramos, sino que me esperó en un banco,
y yo no me apresuré por una sala llena, digamos,
temblando con su perfume aún en la camisa,
el recuerdo de su brazo rozando mi cadera,
balanceándose. Había ido a ver cuadros
y a escribir a otra mujer.
Ella ya no me quería y yo
no lo quise ver. Lo he postergado durante años, pero ahora
veo
que encontré una pista, o se me concedió una aquella mañana
y tarde en el centro de Londres. Pasaría
otro día con ella, escucharía su voz en el teléfono
dos veces, y luego se marcharía. Hace veinte años
me bebí el té y me inquieté al otro lado de la mesa
por ella, que me cogía las manos; nunca nos volvimos a ver
aunque hicimos planes para un fin de semana juntos…
Podría tener un hijo o una hija que hablaran
un idioma que no conozco, un nieto risueño,
recién nacido y suave, que oliera a leche y calentito
en París o en Dubrovnik. Cada dos años me acuerdo
de ella, me pregunto cómo encontrarla, si todavía
canta, si está viva, y una vez intenté escribirle.
Sólo hice eso. Nunca compartimos una habitación en Ljubljana,
ni nos vimos en Venecia, ni nadamos desnudos en el
Adriático.
He vuelto a pensar en ella esta mañana.
Todavía siento el brazo de esa mujer entre el codo
y el pecho. El recuerdo se agranda, se dulcifica.
No son tantas las mujeres que he amado. Le di
a esa mujer la mitad de mi que no estaba en uso.
Con lo que ahorré, compré esto: la pera de Anjou,
una taza de café, esta mesa roja. La seguí,
ansioso y feliz. Me gané este recuerdo. Seguro que suena
tonto. Su linda cara. Su mano apretada
con la mía. Veintitrés gotas de lluvia en su pelo.
—
Ayer tuvimos la ocasión y el gusto de compartir poesía y conversación con Curtis Bauer, profundizando en su poemario «Selfi americano». Le estamos muy agradecidos, resultó de gran interés humano, y por supuesto, literario. Desde luego, no se pierdan la posibilidad de escucharlo hoy a las 19 horas en el Aula de Grados de la facultad de Filología.
Os dejo algunas fotografías, realizadas por Gregorio Dávila de Tena y por Rafael García Organvídez.




