Reseña de Florencio Luque a mi poemario «La pared del caracol»

Mi agradecimiento al escritor y pintor Florencio Luque por su mirada- me ha descubierto matices nuevos de mis propios poemas- y por sus palabras a mi último poemario. Y, por supuesto, a la revista http://www.Ensentidofigurado.com, una revista de largo y firme recorrido, por su siempre amable hospitalidad.

http://www.ensentidofigurado.com/ESF98-19d.pdf?fbclid=IwAR21M8QT02KwRluo3awWyIv2Qwh6QcDwnr-iJtKfVycJMXyHejM90d-ZCGM

TRAYECTOS

Ana Isabel Alvea (licenciada en Derecho y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, profesora en talleres de creación poética y escritura creativa. Ha publicado los poemarios Interiores, 2010, Hallarme yo en el mundo, 2013, y Púrpura de cristal, 2017), parece decirnos que si alguien lo cuenta, sobrevive: si sobrevive, sabe de los estragos del tiempo; si de estragos y supervivencias, de esperanza, pues así lo escribe el caracol en su pared: lento deambular por el blanco azar para pedir paciencia en todo, para todo. Paciencia es contención, concisión, ajustarse, aceptar el presente para proyectarnos al futuro, espera esperanzada. Tal la propuesta de Alvea en su La pared del caracol, un abrirse a la esperanza, que sabe del tiempo (la realidad, ajena a los sueños) y, por ello, la obligada apertura a un espacio que alumbre un presente donde a lo bello no  le sea inherente su dialéctica. Siendo, como creo, esto así, Alvea divide su poemario en tres secciones. Por lo que hace a la primera, El tiempo y su impronta, los poemas (siempre, todos, con concisión y aproximación sensitiva a la realidad, descriptivos del sentir) constatan que, en efecto, el limo depositado en el tiempo solo deja vestigios de lo que fue en vitrales u ojivas, grumos que atribulan al corazón pues en la corteza de la memoria, las pisadas son sangre. La síntesis de este capítulo, por tanto, podría ser el poema breve siguiente:

¿ACASO EL TIEMPO

y su devastación

han arrasado mis pastos?

          De maizales y muros, la segunda sección, explicita que el Principio de realidad se impone sobre cualquier apelación al Principio de placer freudiano; vivir, vendría a subrayar, es ser consciente de que todos esos sueños que no terminan/ de cumplirse, / serían ilusiones que regamos en una estepa reseca. Poemas como Nosotros, Crisis económica, Adiestramiento, La banalidad del mal (una casa inquisitorial presidida/ por su escudo de calavera y siglos de mugre/ se levanta/ en cada uno de nosotros/…), trazan un itinerario por cierta condición según la cual el hombre no es solo lobo para el hombre, sino para sí mismo (Cuál es/ vuestra mordaza?), en tanto, o precisamente, amparado en una terrorífica normalidad (H. Arent). Estamos ante un capítulo, este segundo, en el que el dolor en sus distintas manifestaciones, se ha adueñado del tiempo y une a éste el desgarro concreto con el que llena su paso.

           Pero, ya lo comentaba al inicio de la reseña, si se sobrevive o bien la esperanza se abre a un futuro amable o bien teñimos de rosa el pasado, así que la tercera sección, Turbinas, apuesta decididamente por la esperanza. Así, en su pórtico, la cita que le acompaña (Yo sé que tú me perdonas, / azul de tantas mañanas, / porque no supe mirarte. / José Mateos) es toda una declaración de intenciones del contenido de los poemas, del Trayecto (nacer en noche oscura/ y confiar todos los amaneceres /) que  hemos de recorrer en su lectura. Esto hasta el optimismo que señala que el Arte puede salvarnos y nos consuela (Nice: el corazón de la locura) y de que hay que evitar el naufragio (Sirga), pues la vida se reinventa y nos alumbra (Arrabales).

          Hay en la escritura de Ana Alvea concisión y claridad, confidencias junto a la lumbre en una tarde de lluvia, el amor por la palabra (el lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. (…) Mi lenguaje tiembla de deseo. Roland Barthes) que nace no de la especulación abstracta, platonismos del tipo que fueren, sino de la humilde experiencia vivida y sentida hecha a golpes de tacto y mirada, del pulso de las pequeñas cosas (a pesar de que Algunas lecturas hablen de una música y una luz esencial que no son las que creemos oír ni ver), de la sinceridad de quien se esfuerza en ajustarse al sentido terrenal, humano, del lenguaje.

          Señalaba Lichtenberg que un libro es como un espejo. Si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol, así que, quizás,  si encuentran ocasión para ello, no estaría de más que se asomasen al espejo. Ya me dirán qué han visto.                                                        Florencio Luque

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