Iniciamos este espacio de Lecturas , un escaparte o espacio de difusión de la poesía y prosa de otros autores. Y se inaugura con una breve antología de poemas de Manuel Domínguez Senra, aunque lo conocemos como Manuel Senra. En sus versos encontramos sensibilidad, sentimiento y buen saber para que nazca la Poesía, en mayúscula.
OASIS PROHIBIDO
I
(Con todo el cielo alumbrando mis ojos,
y la negrura cegando mi alma)
TUVE un instante en mi cara la risa,
y largos años de labios sin besos.
Fragua y carbón,
ascuas en la sangre viva,
llevó mi risa cerca de las lágrimas.
Aquella infancia sin canciones ni música,
fue en cambio el nido en que guardé mis besos.
Pero enseguida que llegó se fue,
así, como sin irse,
yéndose para siempre.
Larga senda de pasos,
que ya no doy ahora
sino aquellos
que antes di, sin sentirlos apenas.
Primero un día, y luego diariamente
oliendo miedo y masticando llanto…
O historias inventadas, y cigüeñas
-con bebés en el pico- procedentes
-decían- de París… Y todo un cuento.
Con esponjosas lluvias en el invierno
y las ardientes candelas de agosto…,
aquel infierno que, sin ser, pasaba
royendo diariamente mi conciencia.
Nido de miedos. El corazón huía,
siempre sintiendo la voz del espanto;
en tanto el brillo de la luz temblaba
al otro lado de la cristalera.
(¿Habrá un espacio donde no amanezca?)
II
SÉ bien que hay otros mundos en la Tierra:
en el bello país donde los niños
cantan, brincan y trepan la cucaña;
o montan en lo alto de una luz,
o en escobas, a trote de caballo.
O acaso espacios infinitos, muertos…
Ya sé que hay muchos niños,
de abultados estómagos, que sufren
la pedrada del hombre en la memoria.
¿Por qué sobran armas?
¡Y tanta agua en el mar sin que se beba! Pero
lo que sufrí ayer…
no me dolía tanto como ahora.
Temporalmente viví malos sueños…
cuando
por las orillas de mis ojos iban
las lágrimas gritando.
EL LIBRO DE LA SED
I
(La noche es una fiesta larga y sola)
Jorge Luis Borges
SUFRÍ la sed primera
en aquel tiempo en que éramos dioses.
Con el iris salvaje de la fiebre de agosto,
segaba el oro viejo del deseo,
y ahora bordo la pena
en pañuelos sin lágrimas.
Pintando flores de agua, o de agua rota.
Pero no era la sed de aquella fuente,
sino las pocas gotas derramadas
de la inmortalidad.
Ni es tampoco esa sed…
por más que llegue a la raíz, y suba
hasta rozar la boca,
boca donde renace el rojo de unos labios
y arden las hojas secas del olvido.
Tiempo de ayer,
parado,
cogidos de la mano…
cuando ardía la calle, apretada de besos.
Fue allí, y allí supimos
lo del callado grito del deseo. Y
alargando la mano hasta el rocío…
sobre la yerba virgen nos besamos.
II
UNA pequeña luz se esconde dentro
del corazón de una gota de agua,
que se nota al instante, porque vive
como indolente piedra milenaria…
¿Toca la mar la lluvia,
y ni siquiera siente sed
en aquel bello cuerpo de muchacha?
¡Llover, llover, llover…! Sentir cayendo
un agua dulce por tus labios secos,
dejándola secar
en tu piel de marfil y bello cuerpo.
Tenerte entre mis brazos,
y ver sus labios rojos
navegando por ríos tan pequeños…
es un poema de amor que trasciende
más allá de la lluvia y de la fuente.
¡Llover, llover, llover…! ¡Ay, con la lluvia
se me asustan los pájaros,
y hasta mueren.
Pese a todo, retenla… Ay, sí sostén
su ancho pecho hídrico, flotante;
y luego de alumbrar tus ojos ciegos,
que se haga mil pedazos,
en alocada y brusca torrentera.
O que refresque como
los trozos tiernos de una fruta fresca.
¡Déjala que te roce! Déjala
mientras tocas tus labios, mientras limpia
las huellas de la sed.
Y yo, entretanto,
te iré lamiendo, al sol, tu piel mojada.
Y luego, la que sobre, si es que sobra…
que se le beba el mar.
Que se la beba.

ANTOLOGÍA PERSONAL
I
MEMORIA
A los 70 años de la muerte de Antonio Machado
A veces, hay que huir de lo que más se quiere.
Saltar la tapia de la muerte. Ver
tierra sin voces, pero sí con odio
donde vaya la vida cosida a la carne,
y de ese modo evitar que un hombre
se muera en cualquier parte:
acaso en esos sitios ignorados,
donde se hablan lenguas diferentes.
Quedan atrás los patios sevillanos,
con olor a albahaca y limonero.
La fría Soria; cárdena Baeza…
Su Leonor, ardida en la memoria.
Atrás quedan las huellas de los años:
ese tiempo de versos,
del amor y de otras cosas.
Como un rey destronado, iba ungido
con el agua bendita del desprecio.
Atrás se quedaban ya las dos España.
Las mismas que aún perduran, y él lo sabe,
porque aún continúa entre nosotros.
(¡Ese maldito viento que asesina!
O la mano malvada
que empuja al hombre a un huracán de muerte).
Iba deshilvanando pensamientos,
con la maleta de cartón repleta
de corazones vivos…
Un poema arrugado en el bolsillo, mientras
hacía, andando,
el camino de ida, pero ya no el de vuelta.
Aunque parezca ayer,
hoy a mí ya me alumbra un sol más justo…
Así que amén, don Antonio Machado.
Y gracias por las plantas que dejaste,
creciendo en cada uno de nosotros.
Que Collioure respete su memoria… en tanto,
en la andaluza tierra de los cantes,
conservamos tus versos en los labios.
II
TRES SONETOS ELEGÍACOS
La Vera Cruz, Señor. Ensangrentado.
Carne, madera y Dios. Gólgota ardiente.
Grito de redención. Carne paciente.
Rescatador del hombre entre el pecado.
Cuánto será el dolor en tu costado,
Ay, cuánto amor derramará tu mente.
Y la muerte, Señor, que está latente,
alejado de Ti, junto a tu lado.
Después del viento, la tormenta fría.
Después la oscuridad, después el llanto.
Y Dios después ganando la porfía.
Que Dios, si quiere, puede; y puede tanto,
que con solo querer ya ganaría
la partida en el Gólgota. Quebranto.
II
La verdad de la Cruz es mi pecado:
hincado estás por él en la madera.
¡Ay, mi Señor, si desclavar pudiera
el hierro que te tiene, así, clavado!
Sangre y dolor de Cristo condenado
a morir en la Cruz, como si fuera
un hombre adusto y cruel, ladrón cualquiera,
de un pueblo envilecido y desarmado.
Contigo estoy, rezando en tu Calvario:
la Vera Cruz. Llorando al contemplarte
así, Señor: tu cuerpo escarnecido.
Quisiera hacerme tela de sudario.
José de Arimatea y descolgarte.
¡Quiera a tu dolor estar asido!
III
Cuatro chorros de sangre desprendida
de tu cuerpo, Señor, cruz enlutada.
Cuatro surcos de cielo en tu mirada.
Y un manantial de amor en cada herida.
Carne muerta en la Cruz. La despedida.
La tragedia de Dios bien rematada.
Se apaga el cielo. Y la brutal lanzada,
te da la muerte, que transforma en vida.
Las bíblicas palabras se han cumplido:
“muerte en la Cruz”. Traición. Es la victoria
de Cristo-Dios, en tiempo renacido.
¡Al fin, oh Dios, se detendrá la Historia!
Se salva al hombre nuevo, redimido,
y se abrirán las puertas de la gloria.
LO QUE ME DEJÉ EN LA NIEVE
Yo soy la tarde, declina aquí mi dinastía ( Juan Gelma)
I
Uno aquí nunca sabe. Uno se calla y mira.
Entonces te das cuentas que uno no manda en uno,
que somos la esperanza de un mundo que nos vive;
pegado a la dureza del mundo que nos mata.
Así abrazo a la nieve, esparcida en el suelo.
Además, hoy el viento se me enreda en la sangre,
y no sé, para nada, cómo salir de aquí,
a otro lugar más bello, donde nunca he vivido.
De antes, solo me queda aquello que hemos sido.
El resto de otro tiempo, ya nunca lo tendré.
Si rompes la palabra, se muere el pensamiento,
y por mucho que pienses, tú morirás también.
Como mis ciegos ojos, vas pintado de oscuro.
Así, por tantas cosas, por tanto que decirte…
uno, aquí, nunca sabe. Uno se calla y mira.
Pues el que vino un día, otro día se fue.
II
Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros
y me estallan al pecho palomas desnudas.
Olga Orozco
Hoy me siento más lejos de mí que de mi casa,
viendo caer la tarde como un pájaro muerto.
Habrá quien, como muchos, nunca vieron fiordos:
yo mismo soy de un pueblo que solo tiene vino,
y además se me clavan las espinas del viento.
¡Qué grande es la esperanza, si se alejan las lágrimas!
He venido a Noruega sin saber que he venido,
rodando por un mundo que nunca conocí.
Aunque sé que soy pobre, vivo como en la gloria.
Y por más que soy viejo, no me olvido de ti.
Como tampoco olvido ver el día mutando:
cómo cambia la nieve en la cárcel del sol,
y qué extraña la noche a la luz de la luna.
Será porque en España yo andaba siempre hablando,
y aquí paso los días en silencio eclesial.
A veces, muchas veces, suelo llorar por dentro:
será porque me acuerdo demasiado de ti;
sé bien que ya tú sabes lo mucho que te quiero…
Pero nunca te tengo, ni te veo, ni sé…
¿Será porque me envuelvo en el gris de la niebla?
¿Será que este universo no dice la verdad?
Llevo un libro, no escrito, guardado en la memoria:
memoria que ahora habla de un tiempo ya en olvido.
O será que este clima ya no da para más.
No hay paisajes hermosos de veranos ardientes,
sino casas de nieve, donde guardan su nombre.
Y cuando vuelves, miras. Y tu nombre no está.
Pero a pesar del frío que te envía la nieve…
qué feliz… Hoy me siento mucho mejor que ayer.
MANUEL SENRA
Nacido en Arcos de la Frontera (Cádiz), vive en Sevilla, en cuya prensa local ha colaborado ampliamente y participa activamente en la vida cultural de la ciudad.
Publicaciones
En poesía:
Poemarios “Presencia del amor” (1972), “Oasis Prohibido” (2008) , “Antología personal” (2010). Participa en la antología “Poesía española: una propuesta. De la generación del 68 a la del 2000” (2008) de Víctor Pozanco. “El libro de la sed” (2012); “Lo que me dejé en la nieve” (2016). «Aforismo y otros» (2018)
En prosa:
“Dignipiritutifláutico y Lunáticos” (2009); artículos de opinión en prensa.
“Ortografía de la Lengua Española” (2016)
Premios
Primer Premio: Villa de Montefrío (Montefrío, 2009); Alhoja de Oro (Sevilla, 2006); La Bella Quetaria (Albacete, 2000) y Juegos Florales (Sevilla, 1997). Segundo Premio: Alfambra (Teruel, 2007). Tercer Premio: Alcandora (Albacete, 2005); Cervera de los Montes (Toledo, 2007); Semana Santa de Cádiz (Jerez, 1997) y el Bustarviejo (Madrid, 1991). Finalista en Certamen de Poesía “Nicolás del Hierro” (2010); Premio Internacional de Poesía Miguel Ángel Pozanco (2008); Poesía Digital (2008 y 2007).
Candidato al Premio de la Crítica de Poesía de Andalucía 2011.