
ANTE EL CAMINANTE SOBRE EL MAR DE NUBES
DE CASPAR DAVID FRIEDRICH
Cimas nevadas acarician la claridad
de la luz. Cielo cárdeno sin brillo,
sin alma.
Una sombra macilenta
-que asaetea enhiesta el cielo en su rubor-
hace gravitar su juncal oscuridad
-surtidor de sombra y muerte- como un mástil
varado,
circundado por la niebla.
Subió a ver la mar y halló el fragor
de una batalla: las olas crepitando
entre las ramas, espumosas lenguas quebrándose
rítmicamente, inmarcesiblemente
entre las rocas de una playa
imaginaria.
Y el amor…
Ya no hay aves en el cielo.
Fugitivas y asustadas emigraron
hace tiempo hacia no sé qué
lugares. Lejos.
Muy lejos.
No volverán más.
Y él, sobre aquel acantilado, inmune al dolor,
posa sus ojos –hirientes relámpagos que todo lo alcanzan,
que todo lo horadan- sobre las olas,
preguntando al silencio y a la luz,
impasible al grito fervoroso de las aguas.
Su figura enhiesta sobresale
elegantemente
en su contemplación callada.
Su sombra silente apenas logra apaciguar
las aguas, calmar la turbulenta nada,
el crepitar de la niebla,
el embate de las olas,
el cimbrear de un océano en llamas.
de Ana Recio Mir
Excelente poema! Y preciosa obra, imagen por excelencia del Romanticismo. Un saludo.
Gracias, María, me alegro que te guste, escribe muy bien Ana Recio y este poema fue fruto de un ejercicio del Taller de los /las poetas.
Gracias María y Ana por vuestra generosidad crítica