Eugénio de Andrade

EL LUGAR DE LA CASA 

Una casa que no fuese un arenal
desierto, que ni casa fuese;
sólo un lugar
donde llegó la lumbre y en su entorno
se sentó la alegría; y calentó
las manos; y partió porque tenía
un destino; cosa simple
y poca, pero destino:
crecer como árbol, resistir
al viento, al duro invierno,
y una mañana sentir los pasos
de abril
o, ¿quién sabe?, la floración
de las ramas, que parecían
secas y de nuevo se estremecen
con el súbito canto de la alondra.

traducción de Manuel Díaz Martínez

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